CUENTO
Don Argemiro se levantó muy temprano en la mañana, como todos los días desde que decidió dejar su casa para mudarse a un edificio. Como siempre, el maldito violinistas del piso de encima lo había despertado antes de tiempo. “Maldito sea!!, no hace más que ruido!!, como todo en esta puerca ciudad: bullicio, bocinas de autos, el estruendo de la lluvia, señoras locas gritándoles a sus hijos, ¿no hay nada más que escuchar?. En cambio, que hermoso es ir al campo y deleitarse con la infinita diversidad de aromas, los de las flores, los del pasto; o sentir hacia el medio día como los rayos del sol se hacen más calientes sobre la piel, sentir las palmas de las manos sobre las texturas de los árboles; saborear sus frutos, la tierra o cualquier cosa. Pero siempre ese estúpido bullicio está presente, no descansa, si no es el agua del río es el graznido infernal de las aves. No, pero todavía no digo lo peor: la gente. Gritos, quejidos, lloriqueos, carcajadas estrepitosas. ¡Dios mío, por favor sácalos de mi campo!. Todo ese ruido me hace pensar en lo horrible que debe lucir la pobre raza humana. No lo creo así de las flores o el sol que siempre me envuelven calladitos”.
El único amigo (si así se le puede llamar) de Don Argemiro era Rodolfo, su perro guía, defectuoso de nacimiento así como él. Los ladridos de Rodolfo no eran los de un perro normal, resultaban débiles e insonoros, ridículos. Para Don Argemiro esto no representaba un defecto sino una virtud. Amaba a su perro mudo que nunca lo interrumpía en su oscura y silenciosa meditación.
Aquel día, Don Argemiro no pudo aguantarlo más: “Vamos Rodolfo, llévame al piso de arriba”.
“Buenos días Don Argemiro”, saludó Oskar amablemente. “Qué van a tener de buenos si su ruido infernal siempre me despierta antes de haber descansado como es debido”. El joven violinista sentía bastante lástima por aquel desvalido y solitario ciego y no fue grosero aunque se sintió un poco ofendido. Entonces, con tono sarcástico, le preguntó: “Dígame Don Argemiro, ¿Qué puede agradar a sus indudablemente finísimos oídos?”. Pero él no contestó a su pregunta, sólo dijo un despreciativo “imbécil” y se fue a su casa.
El joven Oskar, indignado con esta actitud, siguió tocando su violín durante horas para desquitarse de esta ofensa. Pero Don Argemiro no se volvió a manifestar. En la noche y ya un poco preocupado, el joven decidió ir a buscar al desvalido hombre. Llamó a la puerta una, dos, tres veces pero fue inútil y finalmente decidió forzarla. No parecía algo fuera de lo común, Don Argemiro dormía en su cama, pero al mirarlo más de cerca pudo ver como deliraba, sudaba y lloraba y por momentos sonreía dulcemente. “¡Don Argemiro despierte, es sólo un sueño, cálmese!”. El pobre hombre despertó sobresaltado y acongojado. “Necesita algo Don Argemiro, cuénteme, qué estaba soñando”. En medio de su debilidad, no pudo más que contarle todo a su vecino: “Mire joven, desde que yo era un niño me persigue un sueño. Estoy allí, rodeado de nubes y ángeles cantores frente a Dios y él me esta diciendo que antes de enviarme a la tierra debo elegir si quiero ver o quiero escuchar, de ninguna manera ambas. La respuesta es obvia para mí: en el cielo no hay nada que ver, nubes por aquí y por allá, blanco infinito. En cambio, usted no se lo puede imaginar, lo tendría que haber escuchado, hablo del canto, la música que los ángeles se inventan todos los días, es deliciosa, no hay más grande placer.
Pero luego, que pasó? La tierra, el mundo de los humanos, sabe? nosotros ya no podemos escucharla porque somos desatentos, porque hay demasiado ruido…Tal vez me di cuenta tarde que para andar entre hombres era preciso ver y no escuchar, más necesario, más útil y menos tormentoso. Ni siquiera podría encontrar alivio en el suicidio pues los ángeles no visitan el purgatorio. No soy desdichado por ser ciego sino por tener que escuchar.
Sin saber qué hacer, Oskar regresó a su casa. No podía dormir, estaba completamente turbado; miraba su violín con odio y un poco de asco, no sentía ganas de tocarlo otra vez. La idea de un canto de los ángeles revoloteaba dentro de su cabeza y el sufrimiento de aquel hombre se volvía su propio sufrimiento. Al amanecer del día siguiente ningún violín se escuchó, ningún ciego se quejó o levantó antes de tiempo, ningún Don Argemiro despertó nunca jamás, sólo se oyeron los flacuchentos quejidos de un perro abandonado mientras un joven violinista comenzaba a huir.
5 comentarios:
es ilustración? es una propuesta de imagen para el cuento? como se podría relacionar sonido e imagen en este cuento?
Son las neuronas de Don Argemiro.
Las imagenes están bien bacanas...me gustan bastante y dejan mucho que desear en cuanto al cuento.
Interesante el uso de la imágen abstracta para representar la música de los ángeles...
Amalia, como así que dejan mucho que desear en cuanto al cuento, no entiendo.
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